Las nuevas tecnologías se abren paso para hacer más
llevadera la vida a las personas con sordera. La gran mayoría
los casos tiene solución gracias a la mejora de los audífonos
DISFRUTAR del sonido de la lluvia al caer. Escuchar el romper de las
olas en la playa. Seguir el ritmo de las hojas bailando al son del viento
o el ronroneo de un gato. Compartir una conversación, una carcajada,
una canción... Hay muchas personas que no pueden disfrutar de
estos sonidos con naturalidad.
La pérdida de oído no es un proceso repentino. Se instala
de forma lenta y progresiva. El individuo que la padece se habitúa
a este &aquot;oír a medias&aquot; y por ello puede resultar difícil
reconocerla.
Al principio, dejan de escucharse algunos ecos. Luego, se pierden palabras
o frases y comienzan a hacerse molestos los ruidos de baja frecuencia,
como el que hacen los electrodomésticos, el tráfico...
Si varios individuos hablan a la vez, entender se hace complicado y,
para colmo, se percibe cierta dificultad para comprender lo que dice
un niño, es que el problema va a mayores.
Esto acaba generando malestar y estrés en quien lo sufre. Conviene
acudir a un especialista cuanto antes. De ser necesario, recomendará
la utilización de un audífono, un aparato minúsculo
que amplifica los sonidos; es decir, ayuda a oír.
«Hoy en día, la gran mayoría de los problemas auditivos
tienen un arreglo satisfactorio», explica el doctor Carlos Cenjor,
secretario general de la Sociedad Española de Otorrinolaringología
y Patología Cérvico-Facial. En función de la afección
concreta de cada persona y del alcance de la pérdida de audición,
estas soluciones pueden ser médicas, mediante la adaptación
audioprotésica externa, o quirúrgicas, a través
de implantes auditivos internos que requieren cirugía en función,
y que se aplican en casos más concretos y minoritarios.
La mejor alternativa
Las adaptaciones audioprotésicas -los audífonos-, en
cambio, constituyen la alternativa por la que se opta en la mayoría
de los casos. El progreso tecnológico permite incluso personalizar
estos aparatos. Los más modernos son digitales, dotados de potentes
microchips que actúan en un espacio inferior a lo que ocupa un
botón.
Son sofisticados procesadores de sonido cada vez más avanzados
que están programados según las necesidades del usuario
para hacer por sí mismos los ajustes necesarios, seleccionar
el habla entre toda la gama de ruidos y adaptarse a cada ambiente acústico
sin que la transición entre uno u otro resulte perceptible y
sin que en este proceso transcurran apenas décimas de segundo.
«En una palabra, audífonos que entienden a la gente, es
la inteligencia artificial. Necesitaríamos varios aparatos analógicos
(los clásicos) funcionando a la vez para cubrir los requisitos
de comunicación de los usuarios. Los digitales salvan este obstáculo
con un solo dispositivo», afirma Jesús Saura, director
técnico de Oticon España, fabricante de audífonos.
«Imagine que lleva un audífono. Está en una cena
y trata de hablar con la persona que está a su lado, pero el
resto de la gente sentada a la mesa también está hablando
y el ruido de fondo le impide no sólo oír con claridad,
sino también comprender lo que se está diciendo. Intenta
compensar esto subiendo el volumen de su artilugio, pero sólo
logra empeorar la situación: en lugar de más claros, ahora
todos los sonidos son más fuertes. Entonces, baja el volumen.
El resultado: oye aún menos». El audiólogo José
Luis Blanco expone la incómoda situación a la que se enfrentan
muchas personas con sordera que llevan un aparato &aquot;antiguo&aquot; «diseñado
para trabajar todos los sonidos de forma lineal y que obliga al usuario
a ajustar el volumen a cada instante».
En todos los audífonos, el sonido entra a través de un
micrófono, es procesado y amplificado y posteriormente derivado
a un auricular (altavoz), que manda el sonido de salida directamente
al conducto auditivo externo del paciente o bien, a través de
un tubo, hacia un molde anatómico y de ahí al conducto
auditivo externo.
La oferta es variada
Pero el mercado ofrece diversos modelos: desde el retroauricular clásico
hasta el diminuto audífono microcanal, que va alojado dentro
del conducto auditivo externo y queda prácticamente oculto a
la vista de los demás.
«Algunos se imaginan que los audífonos siguen siendo esos
aparatos enormes, feos e inútiles que sus abuelos utilizaban»,
precisan desde el departamento comercial de Amplifon. «Hoy, lo
más normal es que sean intrauriculares, que vayan dentro del
conducto auditivo externo, algunos incluso en su totalidad, se implantan
mediante una sencilla operación con anestesia local», sostiene
Jesús Algaba, vicepresidente de la Sociedad Española de
Otorrinolaringología. «A sorderas más ligeras, aparatos
más pequeños, y viceversa», añade.
El doctor Algaba, que será elegido presidente de la Sociedad
Española de Otorrinolaringología para el trienio 2006-2009,
dice haberse habituado a ver en su consulta caras cada vez más
jóvenes. «Vivimos en un mundo de ruidos; ruidos que, si
pasan de los 80 ó 90 decibelios y, si se está sometido
a ellos de forma continua, provocan traumas sonoros irrecuperables»,
advierte.
En su opinión, el progreso médico y tecnológico
permite «salvar» la gran mayoría de los casos. «A
muy pocos pacientes les decimos que su sordera no tiene solución.
La curación de las enfermedades de oído, nariz y garganta
ha evolucionado tanto que se están aplicando técnicas
impensables hace tan sólo veinte años», argumenta
Algaba.
Casos más graves
El especialista alude a los implantes cocleares que se llevan a cabo
en pérdidas de audición severas o profundas que no obtienen
resultados satisfactorios con audífonos. La técnica consiste
en sustituir el oído enfermo por un sistema que estimula eléctricamente
el nervio auditivo afectado y le permite recuperar su capacidad de comunicación.
Parte del implante queda a la vista -tras el oído, adosado en
la cabeza- y otra, introducida en el canal auditivo. El implante coclear
hace que, por ejemplo, bebés que nacen sordos, paralíticos
cerebrales y sordociegos puedan oír.