Miércoles, 31 de Agosto de 2005 - Interés General
Hazaña sin palabras: 4 jóvenes sordos colombianos se graduaron en la universidad en producción de televisión

Del colegio a la Universidad.

Al comienzo fue difícil para ellos entender el silencioso mundo en el que vivían. Daniel recuerda que a los 9 años empezó a sentirse extraño. “Veía que la gente hablaba y que era algo bueno, empecé a sentir muchas angustias, pero después aprendí que era algo especial”.

Vladimir no olvida que de niño jugaba con sus amigos al ‘teléfono roto’ y cuando le tocaba el turno y le hablaban al oído no entendía nada, pero le emitía al niño que seguía los ruidos que podía hacer.

Sus infancias transcurrieron en institutos para niños sordos, en donde les enseñaron a comunicarse con las manos, y en colegios para jóvenes oyentes, en donde vieron sociales, matemáticas, ciencias...

“Me agotaba estudiar todo el día”, dice Vladimir.

Muchos profesores no entendían las señas y se la pasaron centenares de horas perdidos en salones. Solo los ponían a leer textos y luego les hacían exámenes escritos.

“Cuando me pasaban al tablero me ponía nervioso y rojo. Mis compañeros no entendían y se burlaban de mí”, recuerda Vladimir.

Tras pasar por varios colegios de la ciudad, las vidas de estos dos jóvenes se cruzaron en el colegio Jorge Eliécer Gaitán, en el occidente de Bogotá, donde se comenzó a implementar un programa para vincular a niños sordos con los que podían oír.

Vladimir entró allí a hacer noveno grado y Daniel llegó, al año siguiente, a décimo. Tenían siete intérpretes que se rotaban las materias y les exigían como a todos.

En el colegio los compañeros los aceptaron y comenzaron a interesarse por la lengua de señas. “Yo tuve una novia que me enseñaba español y yo le explicaba las señas”, dice Daniel.

Pese a sus avances no se contentaron con ser bachilleres. Vladimir y Daniel decidieron después de graduarse estudiar Ingeniería de Sistemas en El Bosque, con un intérprete que pagaban entre los dos, pero solo hicieron un semestre porque se dieron cuenta de que las matemáticas no eran para ellos.

Entonces se reunieron con otros amigos sordos del colegio para buscar realizar el sueño que tenían en esos tiempos de estudiar televisión. Fue así como se conformó el grupo de Daniel, Vladimir, Julián Salinas y César Calvo, otro joven que, además, tenía problemas de motricidad y había estado en una institución para niños con retardo mental.

Los jóvenes, acompañados con un intérprete, hablaron con Guillermo Olarte, director de Producción de Televisión en Inpahu, y le contaron su idea.

Olarte los aceptó y comenzaron las clases de noche, en la sede de Teusaquillo. Sus padres les pagaban los semestres y ellos tenían que trabajar, enseñándoles su lengua de día a niños sordos, para conseguir el dinero del intérprete, al que luego de pedirle rebaja, le pagaban 400 mil pesos.

Al comienzo les tocó ir con calma. “Cinco minutos antes de empezar la clase íbamos en grupo y le explicábamos al profesor que iba a estar al lado el intérprete y que entendiera que no íbamos a estar observándolo a él, pero que le estábamos prestando atención”, comenta Daniel.

Algunos se incomodaron al principio, pero después todos se acogieron a la idea, sin embargo, a veces a algunos se les olvidaba y se pasaban por en medio del intérprete y ellos no podían ver lo que les decían y quedaban perdidos.

Así, con el intérprete haciéndoles señas desde una esquina del salón, comenzaron a meterse en el mundo de la televisión.

Estudiar para ellos era más complicado. Les costaba trabajo mirar al intérprete y escribir al tiempo. En los exámenes, algunos profesores los separaban por temor a que se hicieran señas.

Durante las clases tuvieron que construir un vocabulario técnico, para las palabras que no existían en su lengua.

No querían perderse de nada, ni las malas palabras. “Tuvimos una intérprete que era Testigo de Jehová y por su religión no nos traducía las groserías que decía el profesor, nos sentimos irrespetados y le dijimos que no volviera”, comenta Daniel.

Regaños con señas

En otras ocasiones, el intérprete no podía ir a clase y los cuatro tenían que irse aburridos a la casa. En el amor era en lo único en lo que no necesitaban traductor, pues con las compañeras hablaban con papelitos.

Para el cuarto semestre, a mitad de la carrera, Julián logró con una carta que la Universidad les pagara el intérprete. Entonces, apareció en sus vidas Francy Gordillo, que los acompañó hasta el final de sus estudios.

“Si los profesores los regañaban, me tocaba regañarlos con las manos. Y si ellos se molestaban con el profesor, me tocaba hablarle duro a él –recuerda Francy–. A veces los profesores me decían que no les tradujera ciertas cosas, pero yo les decía que ellos tenían derecho a estar enterados de todo”.

No podían perder materias, pues si uno se retrasaba todo se complicaba, ya que solo tenían a una intérprete.

Casi siempre trabajaban en grupo. “Aprendimos a corregirnos y a criticarnos. Le ayudábamos a César, que no podía escribir muy bien. También, peleábamos durísimo y nos dejábamos un tiempo de hablar. Pero siempre fuimos muy buenos amigos”, cuenta Vladimir.

Estudiaban tanto juntos que los cuatro perdieron Investigación. “No entendíamos mucho”, dicen.

Pese a sus limitaciones auditivas, llevaron una vida universitaria como la de los demás estudiantes. Tenían novias;los viernes, se iban a tomar cerveza y a bailar , a veces acompañados por Francy.

En busca de empleo

En el último semestre, los jóvenes querían hacer algo desde su profesión para ayudar a su comunidad, calculada en dos millones en el país, pues no se sienten representados en la televisión, ya que solo Citytv tiene un intérprete en algunos de sus programas.

“Sabemos que a muchas personas les molesta cuando aparece en el televisor alguien haciendo señas, pero nosotros lo necesitamos –comenta Vladimir–. El presidente Pastrana tenía uno para sus discursos, pero Uribe lo quitó. Eso quiere decir que no nos tiene en cuenta”.

Entonces, los muchachos se dedicaron a realizar un noticiero al revés. Hecho por sordos, para oyentes. Daniel lo presentaba con señas, mientras sus otros compañeros hacían notas en la calle y Francy lo traducía al lenguaje oral.

“Incluimos una nueva sección, con noticias de la comunidad sorda”, comenta Daniel.

Gracias a este proyecto, el pasado 28 de julio se graduaron. Ese día, Vladimir, vestido de toga y birrete, habló con sus manos y les agradeció el apoyo a sus familiares y compañeros, en medio de las lágrimas. Francy, que también aprendió mucho de televisión, estaba con ellos.

Ese fue su triunfo contra una sociedad que a veces no los escucha. “Cuando era niño veía que los sordos solo estudiaban hasta quinto de primaria y hacían cursos de ebanistería –recuerda Vladimir–. Pensaba que mi vida iba a terminar en una fábrica haciendo artesanías. Ya nos graduamos y ahora tenemos que demostrar que podemos trabajar como todos”.

Daniel trabaja en una empresa de su hermano contando en videos cuentos para niños sordos, mientras Vladimir, Julián y César no han conseguido trabajo en su profesión.

“No sé si nos llamen de un canal de televisión, pero nosotros nos sentimos capacitados para trabajar si nos explican muy bien qué debemos hacer”, dice Daniel, mientras hace una seña para indicar, entre risas, que trabajarían así sea enrollando cables. “Queremos ser un ejemplo para que los niños sordos vean que se puede llegar lejos”.

FUENTE: EL TIEMPO